El Juego de los Abalorios
Hesse me ha dejado confundido; pero a la
vez percibiendo que la duda nace por la demostración de un absoluto irrefutable.
Aparentemente la verdad está mostrándose turbia, pero a la vez quiere
permitirme descifrar su contenido. Pareciese que el método con la que procuro buscarla, no me permite descifrarla correctamente; me galantea y me evade como
la lucidez al que medita en sus primeros intentos.
Percibo tenerla al fin en la punta de la
lengua, con la sensación de que viene de un momento a otro, pero se difumina en
las reflexiones, se esparce entre la razón y la intuición, en esa delgada línea
donde los dos conceptos raramente se hacen lo mismo.
Hubo cuatro historias; la primera sobe un
monje del porvenir que logra llegar a la cúspide de su congregación, en un
futuro meramente intelectual; empero siempre le pareció que la realidad, bajo la
cual se ha desarrollado la humanidad sería más interesante. La rutina le
envolvió, su intelectualidad no le libró de reparar que la razón y la lógica
sin un fin son meros pasatiempos efímeros. Así que decidió abandonarlo todo y
trató de empezar una vida mundana. Murió en el amanecer de su primer día en el
intento...
El Monje dejó las tres historias
subsecuentes, producto de la generación de su juego en los abalorios, del cual
llegó a ser el maestro de su congregación. En este pasatiempo los elegidos
podían crear a manera de dioses mundos ficticios.
La primera trata de un hacedor de lluvia,
un ser que existió en una sociedad cuyas creencias de lo incomprendido eran
fundamentalmente sobre la magia, fuerza inmutable que gobernaba sus destinos. El
hacedor era fundamental en aquella sociedad, puesto que la lluvia beneficiaba los
sembríos del pueblo. Termina siendo asesinado por sus propias creencias,
salvando y sellando a la par el destino de su hijo, su nuevo sucesor...
En la segunda historia nos habla de un
monje asceta que dedicó su vida entera a escuchar a la gente que iba hacia él
en busca de consuelo. El monje termina cansado y agobiado, así que decide
buscar a otro símil a él, de quien había escuchado que ejercía la misma
profesión, pero con distinto método. El descrito era mayor al cenobita en cuestión,
por lo que al parecer más famoso. Terminan encontrándose en el camino, los dos
habían sentido lo mismo de sus vidas y agobiados caminaron en el sendero para poder
profesarse su melancolía. El mayor termina haciendo discípulo al menor, el cual
cuida de su maestro hasta su muerte; quedando sólo, esperando a su nuevo
compañero para continuar el ciclo.
En la tercera e historia culminante, hallé
a un joven príncipe que fue despojado de su reino por su madrastra, quien
anhelaba el poder para su hijo.
El príncipe huye, volviéndose pastor.
Creció en esa labor, hasta que un día
encontró en medio de un bosque a un monje, que meditaba. Se sorprendió por la
paz y el grado de ensimismamiento del asceta, anhelando llegar a ser como aquel
algún día. Pensaba en ello hasta que conoció el amor, de una hermosa mujer, de
la cual quedó inmensamente enamorado, logró casarse, y vivió feliz a su lado.
Todo ello hasta que un día llegó el
flamante príncipe a esas tierras y tomó por amante a su esposa. Loco de ira, y destruido como nunca antes, se
paseaba cual lobo hambriento por el campamento donde al parecer convivían príncipe
y amada. Un día mientras estaba sobre un árbol, logró divisar la llegada del excelso
príncipe, logrando ver además a su amada, quien extendía los brazos para
recibirle. Enceguecido por la ira y el dolor, lanzó una piedra con su
resortera, que llevaba desde que era un pastor; asestó un eficaz tiro en la
frente el príncipe, quién exhaló de contado. Extasiado por la alegría de la
venganza y el miedo a la futura represalia, huyó.
Se extravió meses, llegando por azar al rincón donde vio
alguna vez al monje del bosque. Se limitó a vivir cerca de él, y a dejarle
comida pero sin alterar su tranquilidad.
El sitio lo sentía como su hogar, y era el
único lugar en el mundo que le daba paz. Intentó meditar, copiando al monje
durante harto tiempo, pero no lo consiguió, así que hastiado, decidió irse del
lugar. Fue a despedirse del monje, contándole su historia. El monje solo tuvo
una leve sonrisa, mientras pronunciaba "Maya".
Le pidió que antes de partir, trajera agua
de la cascada cercana. Al llegar cual sería su sorpresa, puesto que su amada
estaba esperándole; Vestida con joyas y ropajes finos, estaba ella frente a él,
recordándole su historia, reviviendo su pasado. Confundido, sin saber si odiarla
o amarla por el devenir se lanzó a sus brazos.
Salió del bosque, en el reino ya se sabía
de su sangre real y del asesinato a su hermanastro. Se le proclamó rey,
viviendo junto a su esposa y reina; tuvo un hijo, quién se volvió la razón de
conservar a toda costa su imperio, ya que era el legado que dejaría a su prole.
Para ese entonces su madrastra, quien había
huido a uno de los reinos cercanos, convencía al rey colindante de destruir el
imperio del flamante rey. Logró la guerra, de la cual el rey no entendía
sentido. Eso logró que su esposa se alejara de él, tildándolo de cobarde.
El rey se vio envuelto en la guerra y sus
engaños, a pesar de no entender su razón y meramente por cumplir su papel. La
reina, llena de decepción sobre su
esposo, había posado sus ojos en el general más valiente, a quien ya rendía pleitesía.
El mundo del rey carecía de sentido, no
importaba ya el amor de su esposa. Anhelaba su pasado; solo su hijo era lo que
apenas le mantenía en pie. Así comenzó a la guerra, que su vecino empezó sin
duda alguna. Cuando llegó al campo de batalla, noticias arribaron, estaban
siendo atacados a la par por el otro flanco, cuyos soldados ya habían llegado a
la capital. Regresó furioso y valeroso, pensando en su hijo, peleando por ello
en sus calles, hasta caer abatido.
Confundido, despertó el rey maniatado. Miró
a su vencedor sobre si, quién derramó su mutilado cuerpo a una mazmorra de su propio
castillo; allí estaba su esposa, por quién ya no sentía afecto, ella se
encontraba con su ser extraviado, posando sus ojos en la nada. En sus brazos
estaba su hijo cuyo cadáver descompuesto yacía aún en los brazos de la
desdichada madre, quien abatida por el dolor, tenía inéditas canas y su semblante se
había vuelto sombrío. Varios días debieron haber pasado.
Arrancó esta lúgubre escena de las extrañas
del subyugado rey, un grito lastimero de profundo tormento, mientras se lo
llevaban lejos de la tortuosa escena. Terminó en un calabozo, esperando que la
muerte acabe con su profundo pesar. El dolor en su hombro producto de una
herida de la guerra se tornaba cada vez más insoportable, generando fiebre cada
vez mayor.
Cuando exhaló su último aliento; se
encontró con una fuerte luz en sus ojos. Al acostumbrarse a la luz sus retinas,
pudo constatar que se encontraba en el bosque y aún tenía la vasija, con la que
debía llevar por última vez agua al monje del bosque.
Había sido todo un sueño, tan real que aún
tenía clavada en su ser la imagen del cadáver de su hijo en brazos de su ex
amada. Se preguntó si todo aquello fue solamente en sueño, incluso su pasado
también lo era, posiblemente no habría matado a su hermanastro, ni hubo
conocido a su amada e infortunio. Entonces recordó las palabras del Monje.... Maya.
Solo ahí pudo entender su significado; los
contrastes, las causalidades, las vivencias de la vida aparecían todas frente a
él, como simples abalorios, meros matices no mayores al burbujear del mar o al
viento que mueve y cambia todo con su paso.
Eso era Maya, era el todo, su
futuro basado en su presente y producto de su pasado.
Regresó donde el Monje, quién lo investigó
mediante su mirada. Dio cuenta de la vivencia de su flamante aprendiz, quien al
fin pudo al fin empezar a meditar.
De este ser luego, no hubo más historias
que contar.... no salió del bosque nunca más.
Que podría entrever producto de esta
historia culminante de uno de mis mentores. Quizás la vida son meros
contrastes, una búsqueda de lo nuevo y novedoso; rara opción, para seres que al
mismo tiempo se ensimisman en su pasado.
Posiblemente un buen método sea destruir
los paradigmas, barrer con los conceptos, pero para ello hay que detener la rueda
de la costumbre de manera abrupta, saliendo del status quo ipso facto. Poder ver el todo como mero espectador...
pero cuánto puede durar ese estado, puesto que el mero hecho de ser solo un
expectante, nos puede generar un sin sentido, volviendo a la primera historia,
anhelando nuevamente otro camino. Y si se retorna, la secuencia de ideas da
para pensar que se entibian otra vez los sentidos.
Con ello, volviendo con las frases que he
comenzado este relato; la verdad quiere mostrarse, en medio de la turbiedad del
todo, encontrándose entre la delgada línea de la razón y de la intuición, pero aún allí se mantiene, como la
sensación de algo que viene a tu recuerdo, hallándose en la punta de la
lengua... Pero que no termina de llegar.
Quizás la última pregunta por mera retórica
sea el preguntar si en la última historia el príncipe debió quedarse luego de
su vivencia extracorpórea. Fue el precio para mantener su lucidez, evitar que Maya confunda su mente con su causalidad,
la que al fin de cuentas le volvió un mero y triste títere de los eventos, como
a casi todos los sujetos.
Me quedo además con el mensaje, del cual
soy fiel testigo vivencial, que una vida sin lucidez te vuelve un títere de los
eventos; pero que la absoluta lucidez solo se consigue fuera de la causalidad.
Como se puede actuar en la palestra, sin ser
parte del elenco… Muchas ideas nos pueden venir, pero todas ellas serán meros
productos de nuestra experiencia, reduciendo al resultado a polvo, ya que va en
contra del principio inicial del cuestionamiento dado.
Hesse tal vez se cuestionó hasta el final
de sus días...
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